Coronavirus 19, pandemia del consumismo desarrollista o teodicea del pánico

Desde el enfoque aquí propuesto el problema sería el exceso, que sirve como semántica explicativa tanto desde la perspectiva tradicional como sistémica. El exceso como desenfreno de la devastación ambiental, la irritación exacerbada del balance biótico del sistema planetario, la parálisis (y parasitosis) como catástrofe resultante del consumo hipertrófico de recursos que sirven sólo a pocos, — la pandemia hizo resurgir la presencia de fauna marina en los canales de Venecia, por no hablar de la magnitud de la reducción en emisiones contaminantes, entre otros. Desarrollismo es la descripción operativa de la hegemonía de la racionalidad beligerante, acaparadora: «hay que cortar todos los frutos». La vulnerabilidad de la salud se muestra como un efecto directo de la anomia. La anomia es la pérdida del sentido, el nihilismo. La pérdida del sentido es consecuencia de la expectación desmedida en la observación antropocéntrica del todo, la «muerte de Dios», cuna de la exaltación de lo limitado por sobre lo ilimitado, la idolatría de la racionalidad, la ruptura con los valores de la Tradición, el desconocimiento del carácter sagrado de la Otredad y de la naturaleza, el desprecio por el legado de los saberes ancestrales, la alienación industrialista que descoloca a millones de su dignidad y auto aprecio esclavizándoles a trabajos insípidos y degradantes, ante el individualismo exacerbado de otros tantos que no permite mirar más allá del sí mismo; el vacío existencial, la necesidad de compensar la obnubilación del afecto familiar y filial a través del consumismo compulsivo de satisfactores superfluos y efímeros, una enfermedad de desperdicio, dispendio y derroche, una pandemia de abyección en suma; un tipo de adolescencia social mayormente apreciable en el estilo de vida en los países de la modernidad central, y acaso en algunos de los países poscoloniales y periféricos que siguen con ejemplaridad las directrices del capitalismo financiero, y en los que prima igualmente el desánimo.

La salud es un misterio, un «black box» en perspectiva sistémica, y un milagro en el mejor de los casos, desde el enfoque de la Teodicea como la posibilidad de explicación más racional, siguiendo a Leibniz; en última instancia, desde los más rigurosos enfoques científicos la medicina es una ciencia blanda, al igual que la economía. Las afectaciones de esta última son inconmensurables más allá de lo que concierne a la actividad formalmente establecida; aún así las variables con las que se han medido las expresiones de la economía formal responden a intereses muy específicos, derivados de la estructura de hegemonía en el plano internacional, que se traduce en necesidad de monitoreo político para un cálculo más eficiente sobre intereses y contraprestaciones financieras. Ante esto es significativo observar que el grueso de la población de los países periféricos como México atiende sus necesidades médicas con recargo en los saberes ancestrales, plantas y prácticas enteógenas, herbolárea etc., y la diversidad de usos alternativos de las subversivamente llamadas drogas. En los países con economía informal predominante las variables económicas sólo permiten observar la incidencia o afectación en algunos sectores de la sociedad, como el segmento mayoritariamente poseedor de los valores financieros y los medios de producción; los usufructuarios de la utilidad institucionalizada. La incidencia en los segmentos más desfavorecidos de la población sólo puede ser la resultante de una autoproyección generalizada de sentido, una recreación de la realidad de los medios de masas con miras a la exacerbación del morbo social, a la rentabilización del miedo y el pesimismo. Para dimensionar en su justa medida el estado de riesgo actual de nuestro país, conviene notar que aún a cinco días de la fase dos, en México, todavía son más frecuentes los feminicidios que las muertes a causa del COVID19.

Igualmente sirve esclarecer, que en términos de utilidad financiera o «renta», parece que a muy pocos conviene la recreación del ánimo optimista en los medios de masas, aunque es lo que constituye la fuerza motriz y el factor cohesivo de la sociedad. Pero aunque poca utilidad reporte la difusión de observaciones de expectación favorable, éstas son simplemente constitutivas, están presentes y son lo que hace posible continuar. La forma coloquial visible de eso que constituye la fortaleza de los países periféricos es la expectación positiva en el porvenir, la expectación positiva de la resiliencia fisiológica humana y el reconocimiento del baluarte de las tradiciones ancestrales, de la medicina tradicional y naturista — Los cubanos ayudaron a china con «simples» tés, se sepecula, en el universo melifluo de las percepciones y realidades virtuales. Mientras la población senil, mayoritaria en Europa evidencia en términos llanos su fragilidad integral ante el frío de la temporada y las mutaciones abruptas de la naturaleza, que se rumora digitalmente en «las redes», ocasionó el virus, a la vez que las juventudes vitales de la periferia cuentan a su favor con la edad y la esperanza característica de esa estación fértil de la vida; y sobre todo, en una amplia generalidad de casos desde esa zona, se cuenta con el baluarte de la fortaleza que da el avisoramiento meta-sensible, «intuitivo», de la mano invisible de la realidad que, más abarcadora que la del sólo mercado, más generosa y llanamente inefable más allá de la concepción de la Fe como teodicea, resulta la antítesis y antídoto del apego, la compulsión, y en última instancia de la generalización del pánico.

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